LA VIDA DE SAN JOSÉ
José nació probablemente a Belén, su padre se llamó Jacob (Mateo 1,16) y parece que era el tercero de seis hermanos. La tradición nos transmite la figura del joven José como un muchacho de mucho talento y un temperamento humilde, dócil y devoto.
José era un carpintero que vivía en
Nazaret. Según la tradición, cuando tenía alrededor de treinta años, fue convocado por los sacerdotes al templo, con otros solteros de la tribu de David, para tomar esposa. Los sacerdotes
ofrecieron a cada uno de los pretendientes una rama y comunicaron que la Virgen María de Nazaret habría de casarse con aquel cuya rama desarrollase un brote. "Y saldrá una rama de la raíz de
Jesse, y una flor saldrá de su raíz" (Is. 11,1). Sólo la rama de José floreció y de ese modo fue reconocido como novio destinado por el Señor a la Santa Virgen.
María, a la edad de 14 años, fue dada en esposa a José, sin embargo ella siguió viviendo en la casa de su familia de Nazaret de Galilea
por un año, el tiempo requerido por los Hebreos entre el casamiento y la entrada en la casa del esposo. Fue precisamente en este lugar donde María recibió el anuncio del Ángel y aceptó: "He aquí
a la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra." (Lc. 1,38).
Ya que el Ángel le había avisado de que Isabel estaba embarazada (Lc. 1,39), pidió a José que la acompañara a casa de su prima en los últimos tres meses de embarazo de aquella. Tuvieron que realizar un largo viaje de 150 Km ya que Isabel residía en Ain Karim, Judea. María permaneció cerca de Isabel hasta el nacimiento de Juan Bautista.
A su regreso de Judea, María puso a su esposo frente a una maternidad que no podía explicar. Muy inquieto, José combatió contra la angustia de la sospecha y pensó hasta en dejarla y huir secretamente (Mt. 1,18) para no condenarla en público, pues era un esposo justo. Si María era considerada adúltera la ley senenciaba que fuera lapidada junto con su hijo, fruto del pecado. (Lev. 20,10; Deut. 22,22-24).
José estaba a punto de actuar así cuando un Ángel le apareció en sueños para disipar sus temores: "José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque el hjo que espera es obra del Espíritu Santo" (Mt. 1,20). Todas sus turbaciones desaparecieron y José apresuró la ceremonia de fiesta de entrada de su esposa en su casa.
Un edicto de César Augusto ordenaba el censo de toda la tierra (Lc. 2,1). José y María
partieron hacia la ciudad de origen de la dinastía, Belén. El viaje fue muy fatigoso por el estado de María, próximo a la maternidad.
Belén en aquellos días estaba lleno de extranjeros y José buscó en todas las posadas un lugar para su esposa, pero las esperanzas de hallar una buena acogida se frustraron. María dio a luz a su
hijo en una gruta del campo de Belén (Lc. 2,7) y algunos pastores acudieron para visitarla y ayudarla (Lc. 2,16).
La ley de Moisés prescribía que la mujer, después del parto, fuera considerada impura y permaneciera 40 días segregada si había dado a luz un niño y 80 días si era una niña. Después tenía que
presentarse al templo para purificarse legalmente y hacer un ofrecimiento, que para los pobres se limitaba a dos tórtolas o dos pichones. Si el niño era primogénito, él pertenecía a Dios, según
la Ley. Al tiempo de la purificación fueron al Templo para ofrecer su primogénito al Señor. En el Templo encontraron al profeta Simeón que anunció a María: "una espada de dolor te atravesará el
alma" (Lc. 2,35).
Llegaron los magos de oriente (Mt. 2,2) que buscaban al recién nacido, Rey de los Judíos. Teniendo conocimiento de esto, Herodes se preocupó mucho y trató por todos los medios saber dónde estaba para hacerlo desaparecer. Los Magos hallaron al niño, lo adoraron y le ofrecieron sus regalos, dando un alivio a la Sagrada Familia.
Cuando ellos partieron, un Ángel del Señor se le apareció a José y lo exhortó a huir: "Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto. Quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes buscará al niño para matarlo" (Mt. 2,13).
José se levantó, aquella misma noche tomó al niño y a su madre y partió hacia Egipto (Mt. 2,14 ) para emprender un viaje de unos 500 Km. La mayor parte del camino fue por el desierto, invadido de serpientes y muy peligroso a causa de los bandidos. La Sagrada Familia tuvo que vivir la penosa experiencia de ser prófuga, lejos de su tierra, porque así se cumplía cuanto había dicho el Señor por medio del Profeta (Os XI,1): «Llamé de Egipto a mi hijo» (Mt. 2,13-15).
Inmediatamente después de la muerte de Herodes, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y regresa a la tierra de Israel, porque ya han muerto los que querían matar al niño» (Mt 2,19-20). José se levantó, tomó al niño y a su madre, y volvieron a la tierra de Israel. Pero al enterarse de que Arquelao gobernaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allá. Conforme a un aviso que recibió en sueños, se dirigió a la provincia de Galilea y se fue a vivir a un pueblo llamado Nazaret. Así había de cumplirse lo que dijeron los profetas: «Lo llamarán "Nazareno"» (Mt.2,19-23).
Los miembros de la Sagrada Familia iban a Jerusalén cada año por la fiesta de Pascua.
Cuando Jesús tenía 12 años hicieron lo mismo. Pasados los días de fiesta, emprendieron el camino del regreso creyendo que el pequeño estaba en la comitiva. Pero cuando se dieron cuenta de que no
estaba con ellos, empezaron a buscarlo afanosamente y, después tres días, lo hallaron de nuevo en el Templo, sentado en medio de los maestros de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Sus
padres se emocionaron mucho al verlo. Su madre le dijo: "Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo hemos estado muy angustiados mientras te buscábamos" (Lucas 2,41-48).
Pasaron otros veinte años de trabajo y de sacrificio para José siempre cerca de su esposa, y murió poco antes de que su Hijo empezara la predicación. No vio la pasión de Jesús sobre el Gólgota
probablemente porque no hubiera podido soportar el atroz dolor de la crucifixión de su Hijo tan amado.
PADRE TERRENO
José fue el padre terreno de Jesús y, como tal, tuvo que cubrir las necesidades de la
familia, proteger y criar a su hijo adoptivo, siempre dispuesto a satisfacer la voluntad de Dios conociendo, en parte, algunos de sus designios.
Se prodigó más allá de lo humano para que nada le hiciera falta a su familia y, como padre, para enseñar las cosas de la vida a su hijo, porque Él, como un niño cualquiera, tenía que ser sumiso a
la voluntad paterna. Dios no le asignó a un padre cualquiera, sino a un alma pura, que fuera sostén de una cándida esposa y de un Dios
encarnado. Muchos han subestimado su misión. No discutió nunca las órdenes impartidas en el sueño
o a través de los mensajeros de Dios, sino que las ejecutó fielmente, aunque estas implicaban abandonar todo lo que había conseguido hasta ese momento --las amistades, los haberes y la seguridad
social-- para afrontar lo desconocido.
Su fe era tal que no albergó dudas o incertidumbres, fue a donde Dios lo enviaba, con su carga, con sus tesoros constituidos por una delgada madre y un recién nacido que luego se fue haciendo
niño. Como padre, no se opuso, sino que, conociendo la Divina Voluntad, cuidó, acompañó y, en su ãnimo ardiente, bendijo a su Hijo, a fin de que anunciara la Palabra y se cumplieran en el mundo
los designios del
Padre.
Fue un trabajador modelo, un ejemplo admirable. Llevó a la familia sobre un navío certero y supo guiarla hacia
playas y puertos seguros, incluso cuando las aguas eran tumultuosas. Supo ser un digno compañero de su esposa y se amaron con sentimientos tan puros que encantaron a los Ángeles del
cielo.
¡Oh Vosotros, padres!, extraed enseñanza de este hombre que supo construir una familia humana. Aplicó a ella todas
las virtudes de que era capaz con su alma ardiente de amor. Solo el amor y la fe le permitieron, en el camino de su vida, superar notables obstáculos y ofrecer tanta delicadeza humana a su alegre
niño que tanto adoraba. Muchos subestiman la importancia que tuvo San José en los proyectos de Dios. Pero ¿podía Dios confiar a una alma cualquiera la
responsabilidad de ser padre terreno? ¿O bien en su omnisciencia escogió a un alma predestinada? Ya en el cielo le asignó el puesto que le
competía.
Apelad tranquilamente a este Santo, a fin de que pueda interceder por vosotros en todas vuestras necesidades. Por
su fidelidad y por su amor le han sido dadas las potestades de intersección y de gracia para todas vuestras necesidades. Sea para vosotros un modelo constante.
Si como padres de familia supierais caminar tras sus huellas, podríais alegraros porque
vuestra familia sería mirada benignamente desde el cielo, la gracia y la bendición bajaría sobre vosotros y sobre vuestra familia. Seríais modelos de rectitud inflamados de amor, no sólo por
vuestra familia, sino por todos aquellos que se tambalean, se desesperan y necesitan apoyarse en ejemplos coherentes.
En la familia confiaos a él, pedidle apoyo y rezad, a fin de que atraigáis hacia vosotros las virtudes necesarias para vuestra salvación.
LA SAGRADA FAMILIA MODELO IDEAL
José la acogió con delicadeza y la cuidó con mucho amor. Su amor era tan sublime que casi pertenecía al nivel de los ángeles. José nunca
reclamó para sí satisfacciones humanas, sino que estuvo siempre atento a adivinar los deseos de la Santísima Vírgen María, dispuesto y vigilante en la tutela.
José experimentó mucho gozo al ver a su niño crecer, día tras día y apretarlo entre sus brazos sabiendo bien quién era. Con amor él cuidaba a toda la familia, sin ahorrarse fatiga.
Cuando llegó el momento de huir a Egipto, no tuvo dudas ni titubeos. Dejó todo lo que tenía, la seguridad de un techo y el pan, para salvar a su hijo. Muchos subestiman su función de padre y su fatiga.
Maestro de rectitud, José supo ser un ejemplo para todos los padres de familia, demostró que es posible amar ardientemente, pero con un amor tendente hacia el núcleo de la familia, sin retener nada para sí. El gozo era la luz reflejada por el espejo de las virtudes.
Cada familia tendría que dirigir su mirada a esta Santa Familia de aquel tiempo. Cuántos cónyuges interpretan la propia función como la más importante, desarrollan un amor egoísta, para su propio gusto, acusan al otro y no hacen nada por comprenderlo.
Los hijos son como tiernos capullos. Necesitan que el jardinero los riegue adecuadamente y que el sol los
caliente, para que con el tiempo la flor surja lozana y derrame su suave perfume. Si el capullo es, en cambio, abandonado a sí mismo, las malas hierbas tratarán de ahogarlo y, tarde o temprano,
la falta de agua lo hará marchitar. Para él no hay salvación, por sí solo no puede hacerlo.
Así es para nuestros niños. Ellos son bonitos capullos que, apenas se entreabren, necesitan ser rociados con la luz de la verdad y calentados con el sol del amor. Tal es el cuidado que vosotros,
padres, tenéis que dedicar a ellos, a fin de que las malas hierbas de los vicios y de las falsas inclinaciones no les ahoguen.
Si, por una parte, los padres tienen que preocuparse por el crecimiento humano, por otra tienen que comprometerse en su crecimiento espiritual y moral, para transferir aquella luz que les
permitirá caminar sobre la línea recta. Cuántos mamás y papás tienden a llenar a sus hijos de cosas materiales y superfluas, creyendo de este modo regalarles la felicidad.
En este tiempo, son numerosos los niños que piden de sus progenitores una única cosa preciosa: el amor, el
afecto y una guía segura para su desarrollo.
La familia es el amor conyugal que se vierte sobre los hijos y encierra al núcleo familiar. El capullo se hará flor alimentado del amor de mamá y papá, su perfume será más o menos intenso en
proporción a las virtudes que se hayan sabido cultivar conjuntamente.
Familia, sublime oportunidad de crecimiento de todos sus miembros. Es el amor que llama al amor y, en el amor, el gozo de favorecer y de ver los frutos. Si alguna vez la fatiga hace bajar
lágrimas de sudor, serán gotas para alimentar la voluntad de proceder y crecer conjuntamente.
Si uno de los miembros no desarrolla su tarea, o bien es incapaz de entregarse porque está todavía encerrado en su egoísmo, poco importa porque los demás miembros que lo aman lo ayudarán a madurar.
María y José estaban unidos tiernamente en el gozo y en el dolor de su Hijo Amado, en el ofrecimiento de sí mismos, Jesús era su sol. Supieron atender tiernamente a su capullo, regar día tras día su virtud y calentarlo con su amor. Mirémoslos con confianza, pidámosles ayuda y vendrán a nuestro encuentro como si fuésemos sus hijos, nos sostendrán y nos infundirán el deseo de crecer y de atender a nuestros capullos. Nos harán experimentar en la familia aquel deseo de amar que sólo los ángeles poseen.
LA SANTIDAD DE JOSÉ
José conocía
perfectamente la santidad de María y el propósito de virginidad perpetua.
Por eso, cuando vio el embarazo de ella, no la consideró pecadora-adultera, ni la expuso a la lapidación prescrita (Levítico 20, 1-2). Él, que creía en la virtud de María, habría dejado de ser
justo (Mateo 1,19 ) si la hubiera hecho lapidar.
Pero José, antes de la aparición angelical (Mateo 1, 20-23) no conoce la causa por la cual su esposa está embarazada y no sabe explicar el hecho.
Es Dios quien, por medio de un ángel, aconseja en sueños a José de abstenerse también de repudiar a su esposa y lo exhorta, en cambio, a tomarla tranquilamente consigo, porque la maternidad de
Ella a nadie había de atribuirse sino a Dios mismo.
La santidad de José, o sea, la del justo que si incurre en alguna imperfección enseguida rectifica (Proverbios 24, 16 ), brilla inmediatamente con la más viva luz:
por haber obedecido inmediatamente al ángel (Mateo 1, 24);
por haber decidido inmediatamente cumplir por completo la voluntad de Dios (Mateo 1, 24)
La santidad de María refulge de especialísima luz en esta terrible circunstancia:
Para obedecer a Dios, que quería reservarse de manifestar a José el inexplicable misterio, no dijo nada a su esposo, aún sufriendo agudamente por la prolongada y ardiente angustia de su esposo y
por el peligro de «que un justo faltase, él que no faltaba nunca...»
Verdaderamente, María y José, también en esta dolorosa circunstancia y prueba, aparecen como los «...dos santos más grandes que el mundo ha tenido»
EL DOLOR DE JOSÉ
Dice María.-
La infancia, la niñez, la adolescencia y la juventud de mi Hijo tienen sólo breves trechos en el vasto cuadro de su vida descrita por los Evangelios. En ellos, Él es el Maestro. Aquí, es el Hombre.
Es el Dios que se humilla por amor al hombre, pero que también hace milagros en la vida común. Así obró en mí. Mi alma, al contacto con el Hijo que crecía en mi seno, fue llevada a la perfección. Así obró en la casa de Zacarías santificando al Bautista, ayudando a Isabel, devolviendo la palabra y la Fe a Zacarías. Así obró en José, abriendo su espíritu a la luz de una verdad tan excelsa que él solo no la podía comprender, a pesar de ser un hombre justo. Y después de mí, el más alegre por esta lluvia de divinos beneficios es José.
Observa cuánto camino recorre, camino espiritual, desde el momento en que me lleva a casa hasta el momento
de la fuga a Egipto. Al principio fue un hombre justo de su tiempo. Luego, en fases sucesivas, se hace un justo del tiempo cristiano.
Siempre se dejó dirigir por mí, por el venerable respeto que sentía por mí. Luego, él dirigió las cosas materiales como jefe de Familia. No sólo en la hora penosa de la fuga sino después, porque
los meses de unión con el Hijo divino lo saturaron de santidad y es él quien confortaba mi sufrir y me decía: "Aunque nunca tengamos nada, lo tenemos todo porque lo tenemos a Él".
Los regalos de los Reyes Magos se disiparon rápido como el relámpago por la usura que aprieta la garganta
de un pobre fugitivo para la adquisición de un techo y del mínimo de muebles necesarios para la vida, y para el alimento que era también necesario. Éste era el único ingreso con que se contaba
hasta no hallar trabajo.
La comunidad hebrea siempre se había ayudado entre sí. Pero la comunidad en Egipto estaba compuesta de prófugos, perguidos y pobres como nosotros. Y un poco de aquella riqueza, que queríamos
tener para Jesús, para nuestro Jesús adulto, lo poco que pudimos guardar al huir a Egipto, fue necesario para el regreso y apenas resultó suficiente para reorganizar la casa y el taller en
Nazareth a nuestro regreso. Porque los acontecimientos cambian, pero la avidez humana siempre es igual y se sirve de la ajena necesidad para chupar su parte de manera avara.
El tener con nosotros a Jesús no nos procuró bienes materiales. Muchos de vosotros pretendéis esto cuando os unís a Jesús. Olvidáis que Él ha dicho: "Buscad las cosas del espíritu". Todo el resto
es añadidura. Dios dispensa también el alimento, tanto para los hombres como para los pájaros, porque Él sabe que el alimento es necesario, la carne es armadura alrededor de vuestra alma. Pero
pedid primero su gracia. Pedid primero alimento para vuestro espíritu.
El resto os será dado por añadidura. José en el cuidado de Jesús padeció, humanamente hablando, angustias, fatigas, persecuciones y hambre.
No tuvo más. Pero el amor a Jesús transformó todo esto en paz espiritual y dicha sobrenatural. Yo quisiera llevaros al punto en que estaba mi esposo cuando decía: "Aunque nunca tengamos nada, lo tenemos todo porque lo tenemos a Él: Jesús".
MARÍA SUFRIÓ AGUDAMENTE
EN LA MUERTE DE JOSÉ
Dice Jesús.-
A todas las esposas a quienes torture un dolor les recomiendo imitar a María en su viudez: unirse a Jesús.
Aquellos que piensan que María amó con un amor tibio a su esposo, ya que él era esposo del espíritu y no de la carne, están en un error. María amaba intensamente a su José, al cual había dedicado seis lustros de vida fiel. José había sido padre, esposo, hermano, amigo, protector.
Ahora ella se sentía sola como sarmiento arrancado de la vid. Su casa estaba como golpeada por un rayo.
Estaba dividida. Primero, era una unidad en que los miembros se apoyaban recíprocamente. Ahora venía a faltar el muro maestro, primero de los golpes dados a aquella familia marcada por el próximo
abandono de su amado Jesús.
La voluntad del Eterno, que la había querido esposa y Madre, ahora le imponía la viudez y el abandono de su criatura. María dice, entre lágrimas, uno de sus sublimes "sí". "Sí, Señor, que se haga
en mi según tu palabra".
Y para tener fuerza en aquella hora, se aferró a Mí. María siempre se aferró a Dios en las horas más graves de su vida. En el Templo, llamada a la bodas; en Nazaret, llamada a la maternidad; todavía en Nazaret, entre las lágrimas de la viudez; en Nazaret, en el suplicio de la separación del Hijo, sobre el Calvario en la tortura de verme morir.
Aprended, vosotros que lloráis. Y aprended, vosotros que morís. Aprended, vosotros que vivís para morir. Buscad merecer las palabras que dije a José: Será vuestra la paz en la lucha de la muerte. Aprended, vosotros que morís, a merecer que Jesús esté cercano, como vuestro consuelo. Y si no lo habéis merecido, osad igualmente a llamarme cercano. Yo vendré, las manos llenas de gracias y de consuelos, el Corazón lleno de perdones y de amor, los labios llenos de palabras de absolución y de estímulo.
La muerte pierde su aspereza si pasa entre mis brazos.
Creed. No puedo abolir la muerte, pero la vuelvo suave para quien muere confiando en mí.
JOSÉ EN EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
El anuncio del ángel a José
497 Los relatos evangélicos presentan la concepción virginal como una obra
divina que sobrepasa toda comprensión y toda posibilidad humanas: "Lo concebido en ella viene del Espíritu Santo", dice el ángel a José a propósito de María, su desposada (Mt 1, 20). La Iglesia
ve en ello el cumplimiento de la promesa divina hecha por el profeta Isaías: "He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo".
1846 El Evangelio es la revelación, en Jesucristo, de la misericordia de Dios con los pecadores. El ángel anuncia a José: "Tú le pondrás
por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1, 21). Y en la institución de la Eucaristía, sacramento de la redención, Jesús dice: "Esta es mi sangre de la alianza, que va
a ser derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26,
28).
Tarea y vocación de José
437 El ángel anunció a los pastores el nacimiento de Jesús como el Mesías prometido a Israel: "Os ha nacido hoy, en la
ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor" (Lc 2, 11). Desde el principio Él es "a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo" (Jn 10, 36), concebido como "santo" (Lc 1, 35) en
el seno virginal de María. José fue llamado por Dios para "tomar consigo a María su esposa" embarazada del que fue engendrado en ella por el Espíritu Santo" (Mt 1, 20) para que Jesús "llamado
Cristo" nazca de la esposa de José en la descendencia mesiánica de David (Mt 1,
16).
Fiesta de San José
2177 La celebración dominical del día y de la Eucaristía del Señor tiene un papel principalísimo en la vida de la Iglesia. "El domingo,
en el que se celebra el misterio pascual por tradición apostólica, ha de observarse en toda la Iglesia como fiesta primordial de precepto".
Igualmente deben observarse los días de Navidad, Epifanía, Ascensión, Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Santa María Madre de Dios, Inmaculada Concepción y
Asunción, San José, Santos Apóstoles Pedro y Pablo y, finalmente, todos los Santos. (CDC 1246,1)
Sumisión a su madre y a su padre legal
532 Con la sumisión a su madre, y a su padre legal, Jesús cumple con perfección el cuarto mandamiento. Es la imagen temporal de su
obediencia filial a su Padre celestial. La sumisión cotidiana de Jesús a José y a María anunciaba y anticipaba la sumisión del Jueves Santo: "No se haga mi voluntad..." (Lc 22, 42). La obediencia
de Cristo en lo cotidiano de la vida oculta inauguraba ya la obra de restauración de lo que la desobediencia de Adán había destruido.
José, patrono de la buena muerte
1014 La Iglesia nos anima a prepararnos para la hora de nuestra muerte ("De la muerte repentina e imprevista, líbranos Señor": Letanías de los santos), a pedir a la Madre de Dios que interceda por nosotros "en la hora de nuestra muerte" (Avemaría), y a confiarnos a san José, patrono de la buena muerte:
Habrías de ordenarte en toda cosa como si luego hubieses de morir. Si tuvieses buena conciencia no temerías
mucho la muerte. Mejor sería huir de los pecados que de la muerte. Si hoy no estás aparejado, ¿cómo lo estarás mañana? (mitación de Cristo).
Y por la hermana muerte, ¡loado mi Señor! Ningún viviente escapa de su persecución; ¡ay, si en pecado grave sorprende al pecador! ¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios! (San Francisco de
Asís).
“Alabado sea, mi Señor,
por nuestra hermana muerte corporal,
de la cual ningún hombre viviente puede escapar.
¡Ay de aquellos que mueran en pecado mortal!
Benditos los que hallen en tu Santísima voluntad,
que la muerte, seguro, a nadie mal hará”.
DECRETO QUE PROCLAMA A SAN JOSÉ PATRONO DE LA IGLESIA A la Urbe y al Orbe.
De la misma manera que Dios había constituido a aquel José, procreado del patriarca Jacob, superintendente de toda la tierra de Egipto, para conservar el trigo del pueblo, así, con la plenitud de los tiempos, para mandar sobre la tierra a su hijo Unigenito Salvador del mundo, escogió a otro José, del que aquel era figura, y lo hizo Señor y Príncipe de la casa y su posesión y lo nombró custodio de sus principales tesoros.
De hecho, él tuvo por esposa a la Inmaculada Virgen Maria, de la cual nació del Espíritu Santo Nuestro Señor Jesucristo quien, cerca de los hombres, fue digno de ser Hijo de José, y le estuvo sujeto. Y Aquél, que tantos reyes y profetas ansiaban ver, José no solo Lo vió sino que moró con Él y, con paterno afecto, lo abrazó y lo besó y, además, nutrió con cuidado al el pueblo fiel comería como pan descendido del cielo, para conseguir la vida eterna. Para ésta sublime dignidad, que Dios confirió a éste fiel servidor suyo, la Iglesia siempre tuvo en sumo honor y alabanza al Beato José, después de la Virgen Madre de Dios, su esposa, e imploró su intervención en los momentos difíciles.
Por tanto, ya que en estos tiempos malvados la misma Iglesia, plagada de enemigos por todas partes, está totalmente oprimida por los más graves males, que hombres impíos pensaron hacer prevalecer finalmente las puertas del infierno contra de ella, los Venerables excelentísimos Obispos del Orbe Católico presentaron al Sumo Pontífice sus súplicas y las de los fiels a los que cuida, pidiendo que se dignase en constituir a San José Patrono de la Iglesia Católica. Habiendo luego, en el Sacro Concilio Ecuménico Vaticano, renovado más insistentemente sus peticiones y sus votos, el Santísimo Señor, nuestro Papa Pío IX, consternado por el reciente y luctuoso estado de cosas, para confiarse a sí y a todos los fieles al potente patrocinio del Santo Patriarca José, quiso satisfacer los votos de los excelentísimos Obispos y solemnemente lo declaró Patrono de la Iglesia Católica, ordenando que su fiesta, el 19 de marzo, fuera celebrada con rito doble de primera clase, aunque sin octava, al modo de la Cuaresma.
Él mismo, además, dispuso que tal declaración, por medio del presente Decreto de la Sagrada Congregación de los Ritos, fuera hecho público en este día sagrado de la Inmaculada Virgen Madre de Dios y esposa del castísimo José.
No obstante cualquier cosa en contra.
El día 8 diciembres 1870.
Cardenal PATRIZI
Prefecto de la S. C. de los RR
Obispo de Ostia y Velletri.
DOMENICO BARTOLINI
Secretario de la S. C. de los RR.
ENCÍCLICA "QUAMQUAM PLURIES" DE LEÓN XIII
Roma, 15 agosto 1889
(...) Las razones por las que el bienaventurado José debe ser considerado especial patrono de la Iglesia, y por las que a su vez la Iglesia espera muchísimo de su tutela y patrocinio, nacen
principalmente del hecho de que él es el esposo de María y padre putativo de Jesús. De estas fuentes ha manado su dignidad, su santidad, su gloria. Es cierto que la dignidad de Madre de Dios
llega tan alto que nada puede existir más sublime Más, porque entre la beatísima Virgen y José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda de que a aquella altísima dignidad, por la que la Madre de
Dios supera con mucho a todas las criaturas, él se acercó más que ningún otro. Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad — al que de por sí va unida la comunión de bienes - se sigue
que, si Dios ha dado a José como esposo a la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase, por medio
del pacto conyugal, en la excelsa grandeza de ella.
Él se impone entre todos por su augusta dignidad, dado que por disposición divina fue custodio y, en la creencia de los hombres, padre del Hijo de Dios. De donde se seguía que el Verbo de Dios se
sometiera a José, le obedeciera y le diera aquel honor y aquella reverencia que los hijos deben a sus propios padres.
De esta doble dignidad se siguió la obligación que la naturaleza pone en la cabeza de las familias, de modo que José, en su momento, fue el custodio legítimo y natural, cabeza y defensor de la
Sagrada Familia. Y durante el curso entero de su vida cumplió plenamente con esos cargos y esas responsabilidades. Él se dedicó con gran amor y diaria solicitud a proteger a su esposa y al Divino
Niño. Regularmente por medio de su trabajo consiguió lo que era necesario para la alimentación y el vestido de ambos, protegió al Niño de la muerte cuando era amenazado por los celos de un
monarca, y le encontró un refugio. En las miserias del viaje y en la amargura del exilio fue siempre la compañía, la ayuda y el apoyo de la Virgen y de Jesús.
Ahora bien, el divino hogar que José dirigía con la autoridad de un padre contenía dentro de sí a la apenas naciente Iglesia.
Por el mismo hecho de que la Santísima Virgen es la Madre de Jesucristo, ella es la Madre de todos los
cristianos a quienes dio a luz en el Monte Calvario en medio de los supremos dolores de la Redención. Jesucristo es, de alguna manera, el primogénito de los cristianos, quienes por la adopción y
la Redención son sus hermanos.
Y por estas razones el Santo Patriarca contempla a la multitud de cristianos que conformamos la Iglesia como confiados especialmente a su cuidado, a esta ilimitada familia, extendida por toda la
tierra, sobre la cual, puesto que es el esposo de María y el padre de Jesucristo, conserva cierta paternal autoridad. Es, por tanto, conveniente y sumamente digno del bienaventurado José que, lo
mismo que entonces solía tutelar santamente en todo momento a la familia de Nazaret, así proteja ahora y defienda con su celestial patrocinio a la Iglesia de Cristo.
Ustedes comprenden bien, Venerables Hermanos, que estas consideraciones se encuentran confirmadas por la opinión sostenida por un gran número de los Padres, y que la sagrada liturgia reafirma,
que el José de los tiempos antiguos, hijo del patriarca Jacob, era tipo de San José, y el primero por su gloria prefiguró la grandeza del futuro custodio de la Sagrada Familia. Y ciertamente, más
allá del hecho de haber recibido el mismo nombre — un punto cuya relevancia no ha sido jamás negada — , ustedes conocen bien las semejanzas que existen entre ellos; principalmente, que el primer
José se ganó el favor y la especial benevolencia de su maestro, y que gracias a la administración de José su familia alcanzó la prosperidad y la riqueza; que — todavía más importante — presidió
sobre el reino con gran poder y, en un momento en que las cosechas fracasaron, proveyó por todas las necesidades de los egipcios con tanta sabiduría que el Rey decretó para él el título de
"Salvador del mundo".
Por esto es que nos podemos prefigurar al nuevo en el antiguo patriarca. Y así como el primero fue causa de la prosperidad de los intereses domésticos de su amo y al vez brindó grandes servicios
al reino entero, así también el segundo, destinado a ser el custodio de la religión cristiana, debe ser tenido como el protector y el defensor de la Iglesia, que es verdaderamente la casa del
Señor y el reino de Dios en la tierra.
Estas son las razones por las que hombres de todo tipo y nación han de acercarse a la confianza y tutela del bienaventurado José. Los padres de familia encuentran en José la mejor personificación
de la paternal solicitud y vigilancia; los esposos, un perfecto de amor, de paz, de fidelidad conyugal; las vírgenes a la vez encuentran en él el modelo y protector de la integridad virginal. Los
nobles de nacimiento aprenderán de José cómo custodiar su dignidad incluso en las desgracias; los ricos entenderán, por sus lecciones, cuáles son los bienes que han de ser deseados y obtenidos
con el precio de su trabajo.
ENCÍCLICA DEL PAPA BENEDICTO XV
Patrocinio de San José y aumento de su culto
Nuestro predecesor de inmortal memoria, Pío IX, declaró Patrono de la Iglesia Católica a José, castísimo
esposo de la Madre de Dios y padre nutricio del Verbo Encarnado. Y, por cuanto en el próximo mes de Diciembre hará 50 años que auspiciosamente se efectuó esa proclamación, creímos de mucha
utilidad el que en todo el orbe se celebrase la solemne conmemoración de este acontecimiento.
Al tender la mirada retrospectiva sobre ese lapso del pasado, salta a la vista la aparición de una ininterrumpida serie de institutos que indican que el culto al santísimo Patriarca está
sensiblemente creciendo entre los fieles cristianos hasta nuestros días. Más al contemplar de cerca las acerbas penalidades que afligen hoy al género humano parece que debemos fomentar mucho más
intensamente en el pueblo este culto y propagarlo más
extensamente.
2. Mayor motivo de recurrir a San José: el naturalismo.
En Nuestra Encíclica De Pacis Reconciliatione Christiano en que considerábamos, principalmente, las relaciones tanto entre los pueblos como entre los individuos, señalábamos cuánto falta aún para lograr restablecer la tranquilidad general del orden después de esa grave contienda de la guerra pasada. Pero ahora debemos atender a otra causa de perturbación, mucho más grave por cuanto se infiltró en las mismas venas y entrañas de la sociedad humana;. Pues se comprende que en ese tiempo en que la calamidad de la guerra absorbía la atención de los hombres, el naturalismo esa peste perniciosísima del siglo, los corrompiera totalmente y que, donde se desarrollaba bien, debilitaba el deseo de los bienes celestiales, ahogaba las llamas de la caridad divina, sustraía al hombre de la gracia de Cristo que sana y eleva y, despojándolo finalmente de la luz de la fe y abandonándolo a las solas fuerzas enfermas y corrompidas de la naturaleza, permitía las desenfrenadas concupiscencias del corazón. Por cuanto demasiados hombres acariciaban ansias dirigidas exclusivamente a las cosas caducas, y que entre los proletarios y ricos reinaban celos y odios muy enconados, la duración y magnitud de la guerra aumentó las mutuas enemistades de clases y las hacía más agudas, especialmente porque por un lado, para las masas causó una intolerable carestía de víveres y por el otro, proporcionó a un grupo muy reducido una súbita abundancia de bienes de fortuna.
3. Relajación moral.
Sumóse a eso que por la guerra en muchísimos hombres había sufrido no poco detrimento la santidad de la
fidelidad conyugal y el respeto a la patria potestad por cuanto la larga separación de los cónyuges relajó los lazos de sus mutuas obligaciones y la ausencia del que las había de custodiar
empujó, especialmente a los jóvenes a la temeridad de lanzarse a una conducta más licenciosa.
Por lo tanto, hemos de deplorar mucho más que antes que las costumbres sean más libres y depravadas y que, por la misma razón, se agrave cada día más la que llaman causa social, de modo que
debemos temer males de gravedad extrema.
4. El comunismo extiende sus amenazas.
Pues, en los deseos y la expectativa de cualquier desvergonzado se presenta como inminente la aparición de cierta República Universal que como en principios fijos se basa en la perecta igualdad de los hombres y la común posesión de bienes, y en la cual no habría diferencia alguna de nacionalidades ni se acataría la autoridad de los padres sobre los hijos, ni la del poder público sobre los ciudadanos, ni la de Dios sobre los hombres unidos en sociedad.
Si esto se llevara a cabo no podría menos que haber una secuela de horrores espantosos. Hoy día ya existe esto en una no exigua parte de Europa, que los experimenta y siente Ya vemos que se pretende producir esa misma situación en los demás pueblos y que, por eso, existen aquí y allá grandes turbas revolucionarias excitadas por el furor y la audacia de unos pocos.
5. San José remedio contra estos males.
Nos ante todo preocupados naturalmente, por el curso de los acontecimientos, no omitimos, ocasionalmente recordar sus deberes a los hijos de la Iglesia... Por la misma razón, para retener en su deber a todos los hombres que se ganan el sustento por sus fuerzas y su trabajo, dondequiera que vivan, y conservarlos inmunes al contagio del socialismo que es el enemigo más acérrimo de la sabiduría cristiana, ante todo les proponemos fervorosamente a SAN JOSÉ para que lo elijan como guía particular de su vida y lo veneren como patrono. Pues él pasó sus años llevando un género de vida similar al de ellos. Y por esta misma razón, Cristo-Dios, siendo como era el Unigénito del eterno Padre, quiso ser llamado Hijo del Carpintero. ¡Pero con cuántas y cuán eximias virtudes adornó la humildad del lugar y la fortuna, especialmente con aquellas que correspondían a aquel que era esposo de MARÍA Inmaculada y que se tenía por el padre de Jesús, Nuestro Señor!.
6. Elevar la mirada a las cosas imperecederas.
Por esto, aprendan todos en la escuela de SAN JOSÉ a mirar todas las cosas que pasan bajo la luz de las cosas futuras que permanecen y, consolándose por las incomodidades de la humana condición con la esperanza de los bienes celestiales, a encaminarse hacia ellos, obedeciendo a la voluntad de Dios, conviene a saber: viviendo sobria, recta y piadosamente (1).
7. Cita de León XIII sobre el respeto al orden establecido por Dios.
Por lo que respecta propiamente a los obreros, plácenos citar lo que Nuestro predecesor de feliz memoria, LEÓN XIII dijo en una ocasión similar (2): Los obreros y cuantos se ganan el sustento con el salario de sus manos, pensando en estas cosas, deben levantar las almas y sentir rectamente que, aunque estén en su derecho (cuando no se opone la justicia), de salir de la pobreza y de lograr una mejor situación, la razón y la justicia no permiten trastrocar el orden establecido por la providencia de Dios. Insensato, empero, sería el propósito de recurrir a la fuerza y emprender algo semejante mediante la sedición y el desorden, lo cual en la mayoría de los casos causaría males mayores que aquellos que se tratan de aliviar. No se fíen pues los pobres, si quieren ser prudentes, de las promesas de los hombres sediciosos, sino confíen en el ejemplo y el patrocinio de San José, y así mismo en la maternal caridad de la Iglesia, la cual en verdad se preocupa de ellos cada día más solícitamente.
8. Frutos de la devoción a San José para la vida del hogar y de la sociedad.
Si crece la devoción a SAN JOSÉ, el ambiente se hace al mismo tiempo más propicio a un incremento de la devoción a la Sagrada Familia, cuya augusta cabeza fue. Una devoción brotará espontáneamente de la otra. Pues JOSÉ nos lleva derecho a MARÍA, y por MARÍA llegamos a la fuente de toda santidad, a JESÚS, quien por su obediencia a JOSÉ y MARÍA consagró las virtudes del hogar. Deseamos que las familias cristianas se renueven a fondo y se hagan conformes a tantos ejemplos de virtudes como ellos practicaron. Por cuanto la comunidad del género humano se funda sobre la familia, se inyectará, bajo la universal influencia de la virtud de Cristo, cierto nuevo vigor y como una nueva sangre en todos los miembros de la sociedad humana, cuando la sociedad doméstica unida, pues, más religiosamente, de castidad, concordia y fidelidad, goce de mayor firmeza. Y de allí no sólo seguirá la enmienda de las costumbres de los particulares sino también la de la vida común y del orden civil.
9. Exhortación papal a una mayor devoción a San José.
Nos, pues, totalmente confiados en el patrocinio de aquel a cuya vigilancia y previsión quiso Dios encomendar a su Unigénito encarnado y a la Virgen y Madre de Dios, propiciamos que todos los Obispos del orbe católico exhorten a todos los fieles a implorar el auxilio de SAN JOSÉ, tanto más insistentemente cuanto es más adverso el tiempo a la causa cristiana.
Dado que esta Sede Apostólica ha aprobado varios modos de venerar al Santo Patriarca, ante todo cada miércoles del año y por un mes entero determinado, deseamos que, bajo la insistente admonición del Obispo, se practiquen todos ellos de ser posible en todas las Diócesis, en especial, empero incumbe a Nuestros Venerables Hermanos apoyar y fomentar con todo el peso de su autoridad e interés las asociaciones piadosas, como la de la Buena Muerte, la del Tránsito de San José y la de los Agonizantes, las cuales fueron fundadas para implorar a SAN JOSÉ por los agonizantes, porque con razón se considera a aquel como eficacísimo protector de los moribundos a cuya muerte asistieron el mismo JESÚS Y MARÍA.
10. Plegaria e indulgencia.
Para perpetua memoria, empero, del
Decreto Pontificio que arriba mencionamos, ordenamos y mandamos que dentro del año que comienza a correr el 8 de Diciembre próximo, se hagan en todo el orbe católico solemnes súplicas, en el
tiempo y modo que parezca mejor a cada Obispo, en honor de SAN JOSÉ, Esposo de la Santísima Virgen y Patrono de la Iglesia Católica.
Todos cuantos asistan a ellas podrán ganar para sí una indulgencia de sus pecados, bajo las acostumbradas condiciones.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 25 de julio, en la fiesta de Santiago Apóstol, en el año 1920, sexto de Nuestro pontificado.
PAPA BENEDICTO XV.
EXHORTACIÓN APOSTÓLICA "REDEMPTORIS CUSTOS" DE JUAN PABLO II
Sobre la figura y la misión de San José en la vida de Cristo y de la Iglesia
EL VARÓN JUSTO - EL ESPOSO
17. Durante su vida, que fue una peregrinación en la fe, José, al igual que María, permaneció fiel a la llamada de Dios hasta el final. La vida de ella fue el cumplimiento hasta sus últimas consecuencias de aquel primer «fiat» pronunciado en el momento de la anunciación mientras que José —como ya se ha dicho— en el momento de su «anunciación» no pronunció palabra alguna. Simplemente él «hizo como el ángel del Señor le había mandado» (Mt 1, 24). Y este primer «hizo» es el comienzo del «camino de José». A lo largo de este camino, los Evangelios no citan ninguna palabra dicha por él. Pero el silencio de José posee una especial elocuencia: gracias a este silencio se puede leer plenamente la verdad contenida en el juicio que de él da el Evangelio: el «justo» (Mt 1, 19).
Hace falta saber leer esta verdad, porque ella contiene uno de los testimonios más importantes acerca del
hombre y de su vocación. En el transcurso de las generaciones la Iglesia lee, de modo siempre atento y consciente, dicho testimonio, casi como si sacase del tesoro de esta figura insigne «lo
nuevo y lo viejo» (Mt 13, 52).
18. El varón «justo» de Nazaret posee ante todo las características propias del esposo. El Evangelista habla de María como de «una virgen desposada con un hombre llamado José» (Lc 1, 27). Antes
de que comience a cumplirse «el misterio escondido desde hace siglos» (Ef 3, 9) los Evangelios ponen ante nuestros ojos la imagen del esposo y de la esposa. Según la costumbre del pueblo hebreo,
el matrimonio se realizaba en dos etapas: primero se celebraba el matrimonio legal (verdadero matrimonio) y, sólo después de un cierto período, el esposo introducía en su casa a la esposa. Antes
de vivir con María, José era, por tanto, su «esposo», pero María conservaba en su intimidad el deseo de entregarse a Dios de modo exclusivo. Se podría preguntar cómo se concilia este deseo con el
«matrimonio». La respuesta viene sólo del desarrollo de los acontecimientos salvíficos, esto es, de la especial intervención de Dios. Desde el momento de la anunciación, María sabe que debe
llevar a cabo su deseo virginal de darse a Dios de modo exclusivo y total precisamente por el hecho de llegar a ser la madre del Hijo de Dios. La maternidad por obra del Espíritu Santo es la
forma de donación que el mismo Dios espera de la Virgen, «esposa prometida» de José. María pronuncia su «fiat».
El hecho de ser ella la «esposa prometida» de José está contenido en el designio mismo de Dios. Así lo indican los dos Evangelistas citados, pero de modo particular Mateo. Son muy significativas las palabras dichas a José: «No temas tomar contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella es obra del Espíritu Santo» (Mt 1, 20). Estas palabras explican el misterio de la esposa de José: María es virgen en su maternidad. En ella el «Hijo del Altísimo» asume un cuerpo humano y viene a ser «el Hijo del hombre».
Dios, dirigiéndose a José con las palabras del ángel, se dirige a él al ser el esposo de la Virgen de Nazaret. Lo que se ha cumplido en ella por obra del Espíritu Santo expresa al mismo tiempo una especial confirmación del vínculo esponsal, existente ya antes entre José y María. El mensajero dice claramente a José: «No temas tomar contigo a María tu mujer». Por tanto, lo que había tenido lugar antes —esto es, sus desposorios con María— había sucedido por voluntad de Dios y, consiguientemente, había que conservarlo. En su maternidad divina María ha de continuar viviendo como «una virgen, esposa de un esposo» (cf. Lc 1, 27).
19. En las palabras de la «anunciación» nocturna, José escucha no sólo la verdad divina acerca de la inefable vocación de su esposa, sino que también vuelve a escuchar la verdad sobre su propia vocación. Este hombre «justo», que en el espíritu de las más nobles tradiciones del pueblo elegido amaba a la virgen de Nazaret y se había unido a ella con amor conyugal, es llamado nuevamente por Dios a este amor.
«José hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer» (Mt 1, 24); lo que en ella había sido engendrado «es obra del Espíritu Santo». A la vista de estas expresiones, ¿no habrá que concluir que también su amor como hombre ha sido regenerado por el Espíritu Santo? ¿No habrá que pensar que el amor de Dios, que ha sido derramado en el corazón humano por medio del Espíritu Santo (cf. Rom 5, 5) configura de modo perfecto el amor humano? Este amor de Dios forma también —y de modo muy singular— el amor esponsal de los cónyuges, profundizando en él todo lo que tiene de humanamente digno y bello, lo que lleva el signo del abandono exclusivo, de la alianza de las personas y de la comunión auténtica a ejemplo del Misterio trinitario.
«José ... tomó consigo a su mujer. Y no la conocía hasta que ella dio a luz un hijo» (Mt 1, 24-25). Estas palabras indican también otra proximidad esponsal. La profundidad de esta proximidad, es decir, la intensidad espiritual de la unión y del contacto entre personas —entre el hombre y la mujer— proviene en definitiva del Espíritu Santo, que da la vida (cf. Jn 6, 63). José, obediente al Espíritu, encontró justamente en Él la fuente del amor, de su amor conyugal de hombre, y este amor fue más grande que el que aquel «varón justo» podía esperar según la medida del propio corazón humano.
(…) Mediante el sacrificio total de sí mismo José expresa su generoso amor hacia la Madre de Dios, haciéndole «entrega conyugal de sí mismo». Aunque decidido a retirarse para no obstaculizar el plan de Dios que se estaba realizando en ella, él, por expresa orden del ángel, la retiene consigo y respeta su pertenencia exclusiva a Dios.
Por otra parte, es precisamente del matrimonio con María del que derivan para José su singular dignidad y sus derechos sobre Jesús. «Es cierto que la dignidad de Madre de Dios llega tan alto que nada puede existir más sublime. Pero, ya que entre la beatísima Virgen y José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda de que a aquella altísima dignidad, por la que la Madre de Dios supera con mucho a todas las criaturas, él se acercó más que ningún otro. Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad —al que de por sí va unida la comunión de bienes— se sigue que, si Dios ha dado a José como esposo a la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase, por medio del pacto conyugal, en la excelsa grandeza de ella». (León XIII, «Quamquam Pluries», die 15 aug. 1889: «Leonis XIII P. M. Acta» IX [190] 177s).
21. Este vínculo de caridad constituyó la vida de la Sagrada Familia, primero en la pobreza de Belén, luego en el exilio en Egipto y, sucesivamente, en Nazaret. La Iglesia rodea de profunda veneración a esta Familia, proponiéndola como modelo para todas las familias. La Familia de Nazaret, inserta directamente en el misterio de la encarnación, constituye un misterio especial. Y —al igual que en la encarnación— a este misterio pertenece también una verdadera paternidad: la forma humana de la familia del Hijo de Dios, verdadera familia humana formada por el misterio divino. En esta familia José es el padre: no es la suya una paternidad derivada de la generación y, sin embargo, no es «aparente» o solamente «sustitutiva», sino que posee plenamente la autenticidad de la paternidad humana y de la misión paterna en la familia. En ello está contenida una consecuencia de la unión hipostática: la humanidad asumida en la unidad de la Persona divina del Verbo-Hijo, Jesucristo. Junto con la asunción de la humanidad, en Cristo, está también «asumido» todo lo que es humano, en particular, la familia, como primera dimensión de su existencia en la tierra. En este contexto está también «asumida» la paternidad humana de José.
En base a este principio adquieren su justo significado las palabras de María a Jesús en el templo: «Tu padre y yo ... te buscábamos». Esta no es una frase convencional; las palabras de la Madre de Jesús indican toda la realidad de la encarnación, que pertenece al misterio de la Familia de Nazaret. José, que desde el principio aceptó mediante la «obediencia de la fe» su paternidad humana respecto a Jesús, siguiendo la luz del Espíritu Santo, que mediante la fe se da al hombre, descubría ciertamente cada vez más el don inefable de su paternidad.
EL PRIMADO DE LA VIDA INTERIOR
25. También el trabajo de carpintero en la casa de Nazaret está envuelto por el mismo clima de silencio que
acompaña todo lo relacionado con la figura de José. Pero es un silencio que descubre de modo especial el perfil interior de esta figura. Los Evangelios hablan exclusivamente de lo que José
«hizo». Sin embargo permiten descubrir en sus «acciones» —ocultas por el silencio— un clima de profunda contemplación. José estaba en contacto cotidiano con el misterio «escondido desde siglos»,
que «puso su morada» bajo el techo de su casa. Esto explica, por ejemplo, por qué Santa Teresa de Jesús, la gran reformadora del Carmelo contemplativo, se hizo promotora de la renovación del
culto a san José en la cristiandad occidental.
26. El sacrificio total, que José hizo de toda su existencia a las exigencias de la venida del Mesías a su propia casa, encuentra una razón adecuada «en su insondable vida interior, de la que le
llegan mandatos y consuelos singularísimos, y de donde surge para él la lógica y la fuerza —propia de las almas sencillas y limpias— para las grandes decisiones, como la de poner enseguida a
disposición de los designios divinos su libertad, su legítima vocación humana, su fidelidad conyugal, aceptando de la familia su condición propia, su responsabilidad y peso, y renunciando, por un
amor virginal incomparable, al natural amor conyugal que la constituye y alimenta» («enseñanzas de Pablo VI», VII [1969] 1268).
Esta sumisión a Dios, que es disponibilidad de ánimo para dedicarse a las cosas que se refieren a su servicio, no es otra cosa que el ejercicio de la devoción, la cual constituye una de las expresiones de la virtud de la religión. (cf. S. Thomae, «Summa Theologiae», II-II, q. 82, a. 3, ad 2).
27. La comunión de vida entre José y Jesús nos lleva todavía a considerar el misterio de la
encarnación precisamente bajo el aspecto de la humanidad de Cristo, instrumento eficaz de la divinidad en orden a la santificación de los hombres: «En virtud de la divinidad, las acciones humanas
de Cristo fueron salvíficas para nosotros, produciendo en nosotros la gracia, tanto por razón del mérito como por una cierta eficacia». (cf. S. Thomae, «Summa Theologiae», II-II, q. 8, a. 1, ad 1).
Entre estas acciones los Evangelistas resaltan las relativas al misterio pascual, pero tampoco olvidan subrayar la importancia del
contacto físico con Jesús en orden a la curación (cf., p. e., Mc 1, 41) y el influjo ejercido por él sobre Juan Bautista, cuando ambos estaban aún en el seno materno (cf. Lc 1, 41-44).
El testimonio apostólico no ha olvidado —como hemos visto— la narración del nacimiento de Jesús, la circuncisión, la presentación en el templo, la huida a Egipto y la vida oculta en Nazaret, por
el «misterio» de gracia contenido en tales «gestos», todos ellos salvíficos, al ser partícipes de la misma fuente de amor: la divinidad de Cristo. Si este amor se irradiaba a todos los hombres, a
través de la humanidad de Cristo, los beneficiados en primer lugar eran ciertamente: María, su madre, y su padre putativo, José, a quienes la voluntad divina había colocado en su estrecha
intimidad. (cf. Pii XII, «Haurietis Aquas», III, die 15 maii 1956: AAS 48 [1956] 329s).
Puesto que el amor «paterno» de José no podía dejar de influir en el amor «filial» de Jesús y, viceversa, el amor «filial» de Jesús no podía dejar de influir en el amor «paterno» de José, ¿cómo adentrarnos en la profundidad de esta relación singularísima? Las almas más sensibles a los impulsos del amor divino ven, con razón, en José un luminoso ejemplo de vida interior.
Además, la aparente tensión entre la vida activa y la contemplativa encuentra en él una superación ideal, cosa posible en quien posee la perfección de la caridad. Según la conocida distinción entre el amor de la verdad («caritas veritatis») y la exigencia del amor («necessitas caritatis») (cfr. S.Thomae, «Summa Theologiae», II-II, q. 182, a. 1, ad 3), podemos decir que José ha experimentado tanto el amor a la verdad, esto es, el puro amor de contemplación de la Verdad divina que irradiaba de la humanidad de Cristo, como la exigencia del amor, esto es, el amor igualmente puro del servicio, requerido por la tutela y por el desarrollo de aquella misma humanidad.
PATRONO DE LA IGLESIA DE NUESTRO TIEMPO
28. En tiempos difíciles para la Iglesia, Pío IX, queriendo ponerla bajo la especial protección del santo patriarca José, lo declaró «Patrono de la Iglesia Católica» (S. Rituum Congreg., «Quemadmodum Deus», 8 dec. 1870: «Pii IX P. M. Acta», pars I, vol. V, 283). El Pontífice sabía que no se trataba de un gesto peregrino, pues, a causa de la excelsa dignidad concedida por Dios a este su siervo fiel, «la Iglesia, después de la Virgen Santa, su esposa, tuvo siempre en gran honor y colmó de alabanzas al bienaventurado José, y a él recurrió sin cesar en las angustias» (S. Rituum Congreg., «Quemadmodum Deus, die 8 dec. 1870: «Pii IX P. M. Acta+, pars I, vol. V, 282s).
¿Cuáles son los motivos para tal confianza? León XIII los expone así: «Las razones por las que el bienaventurado José debe ser considerado especial Patrono de la Iglesia y por las que a su vez, la Iglesia espera muchísimo de su tutela y patrocinio, nacen principalmente del hecho de que él es el esposo de María y padre putativo de Jesús (...). José, en su momento, fue el custodio legítimo y natural, cabeza y defensor de la Sagrada Familia (...). Es, por tanto, conveniente y sumamente digno del bienaventurado José que, lo mismo que entonces solía tutelar santamente en todo momento a la familia de Nazaret, así proteja ahora y defienda con su celeste patrocinio a la Iglesia de Cristo». («Quamquam Pluries», die 15 aug. 1889: «Leonis XIII P. M. Acta», IX [1890] 177-179).
29.
Este patrocinio debe ser invocado y todavía es necesario a la Iglesia no sólo como defensa contra los peligros que surgen sino también y sobre todo como aliento en su renovado empeño de
evangelización en el mundo y de reevangelización en aquellos «países y naciones, en los que —como he escrito en la Exhortación Apostólica Post-Sinodal "Christifideles Laici"- la religión y la
vida cristiana fueron florecientes y» que «están ahora sometidos a dura prueba».Para llevar el primer anuncio de Cristo y para volver a llevarlo allí donde está descuidado u olvidado, la Iglesia
tiene necesidad de un especial «poder desde lo alto» (cf. Lc 24, 49; Act 1, 8), don ciertamente del Espíritu del Señor, no desligado de la intercesión y del ejemplo de sus Santos.
30. Además de la certeza en su segura protección, la Iglesia confía también en el ejemplo insigne de José, un ejemplo que supera los estados de vida particulares y se propone a toda la Comunidad
cristiana, cualesquiera que sean las condiciones y las funciones de cada fiel. Como se dice en la Constitución Dogmática del Concilio Vaticano II sobre la divina Revelación, la actitud
fundamental de toda la Iglesia debe ser de «religiosa escucha de la Palabra de Dios»,(«Dei Verbum», 1), esto es, de disponibilidad absoluta para servir fielmente a la voluntad salvífica de Dios
revelada en Jesús. Ya al inicio de la redención humana encontramos el modelo de obediencia —después del de María— precisamente en José, el cual se distingue por la fiel ejecución de los mandatos
de Dios.
Pablo VI invitaba a invocar este patrocinio «como la Iglesia, en estos últimos tiempos suele hacer, ante todo para sí, en una espontánea reflexión teológica sobre la relación de la acción divina
con la acción humana, en la gran economía de la redención, en la que la primera, la divina, es completamente suficiente, pero la segunda, la humana, la nuestra, aunque no puede nada (cf. Jn 15,
5), nunca está dispensada de una humilde pero condicional y ennoblecedora colaboración. Además, la Iglesia lo invoca como protector con un profundo y actualísimo deseo de hacer florecer su
terrena existencia con genuinas virtudes evangélicas, como resplandecen en san José» («enseñanzas de Pablo VI», VII [1969] 1268).
31. La Iglesia transforma estas exigencias en oración. Y recordando que Dios ha confiado los primeros misterios de la salvación de los hombres a la fiel custodia de San José, le pide que le
conceda colaborar fielmente en la obra de la salvación, que le dé un corazón puro, como san José, que se entregó por entero a servir al Verbo Encarnado, y que «por el ejemplo y la intercesión de
san José, servidor fiel y obediente, vivamos siempre consagrados en justicia y santidad». (cf. «Missale Romanum»,
Collecta; Super oblata «in Sollemnitate S. Ioseph Sponsi B. M. V.»; Post communio «in Missa votiva S. Ioseph»).
Hace ya cien años el Papa León XIII exhortaba al mundo católico a orar para obtener la protección de san José, patrono de toda la Iglesia. La Carta Encíclica «Quamquam Pluries» se refería a aquel
«amor paterno» que José «profesaba al niño Jesús». A él, «providente custodio de la Sagrada Familia» recomendaba la «heredad que Jesucristo conquistó con su sangre». Desde entonces, la Iglesia
—como he recordado al comienzo— implora la protección de san José en virtud de «aquel sagrado vínculo que lo une a la Inmaculada Virgen María», y le encomienda todas sus preocupaciones y los
peligros que amenazan a la familia humana.
Aún hoy tenemos muchos motivos para orar con las mismas palabras de León XIII: «Aleja de nosotros, oh padre amantísimo, este flagelo de errores y vicios... Asístenos propicio desde el cielo en
esta lucha contra el poder de las tinieblas ...; y como en otro tiempo libraste de la muerte la vida amenazada del niño Jesús, así ahora defiende a la santa Iglesia de Dios de las hostiles
insidias y de toda adversidad» (cfr. «Oratio ad Sanctum Iosephum», quae proxime sequitur textum ipsius
Epist. Enc. «Quamquam Pluries"» die 15 aug. 1889: «León XIII P. M. Acta», IX [1890] 183)
32. Deseo vivamente que el presente recuerdo de la figura de San José renueve también en nosotros la intensidad de la oración que hace un siglo mi Predecesor recomendó dirigirle. Esta plegaria y
la misma figura de José adquieren una renovada actualidad para la Iglesia de nuestro tiempo en relación con el nuevo Milenio cristiano.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 15 de agosto, solemnidad de la Asunción de la Virgen María, del año 1989, undécimo de mi Pontificado.
VALORES Y VENTAJAS DE LA DEVOCIÓN A SAN JOSÉ
Para entender cuán rica
fuente de toda suerte de gracias es la devoción al glorioso Patriarca San José, bastarán las siguientes palabras de Santa Teresa:
«Yo no recuerdo hasta hoy --escribe la santa--, haber pedido una gracia a San José, que él no me haya concedido. ¡Qué hermoso cuadro pintaría yo frente a los ojos, para señalar las gracias con
las que he sido llena de Dios y los peligros de alma y de cuerpo de que he sido librada mediante la intercesión de este gran Santo! A los otros Santos, Dios concede sólo la gracia de socorrernos
en una u otra necesidad. Pero el glorioso San José, y yo lo sé por experiencia, despliega su poder frente a todo. Y lo han experimentado, igualmente, otras personas a las cuáles yo había
aconsejado encomendarse a este incomparable Protector... Si yo tuviera autoridad de escribir, experimentaría un santo gusto en contar, particularmente, las gracias de tantas personas como yo, son
deudoras de este gran Santo. Me contento con animar, por amor a Dios, a aquellos que tal vez no me crean, a hacer la prueba y verán cuánta ventaja viene por encomendarse a este glorioso Patriarca
y honrarlo con especial culto».
Las palabras de esta Santa Novena cualquiera a hacerse devoto de este poderoso y tierno protector.
Un ilustre escritor de ascética cristiana ha resumido así las ventajas que se obtienen de la devoción a San José:
1° Quien sea su verdadero devoto tendrá el regalo de la castidad.
2° Tendrá auxilios espirituales para salir del pecado.
3° Tendrá particular devoción a María Santísima.
4° Tendrá una buena muerte y será defendido en las horas extremas.
5° No será vencido de los demonios que temerán su nombre.
6° Obtendrá especiales gracias tanto para la alma como para el cuerpo.
7° Tendrá la plena confianza de conseguir la gracia de la perseverancia final.
Por último un testimonio autorizado del Pontífice Pío IX, después haber recomendado tantas veces a todos la devoción a San José, hablaba casi proféticamente de las
ventajas de esta devoción: «No es en vano que Dios infunde en la iglesia con mayor abundancia que nunca, el espíritu de oración. Se reza mucho más y se reza mejor. Las columnas de la naciente
Iglesia, María y José, ocupen de nuevo el puesto que nunca se ha debido perder en los corazones y el mundo será salvo».
SAN JOSÉ PROTECTOR DE LA BUENA MUERTE
La vida santa de San José, la asistencia de Jesús y de María, todo contribuyó a que su muerte fuese preciosa y ante los ojos del Señor.
La Iglesia compara aquella muerte con la hora de un sueño pacífico, como el de un niño que se adormece sobre el seno de su madre; con una antorcha odorífera, que se consume a medida que arde y
que muere exhalando el perfume suave de su sustancia. La muerte de los santos es siempre envidiable, porque todos mueren en el beso del Señor, pero ese beso no es más que un dulce y precioso
sentimiento de amor.
José murió verdaderamente en el beso del Señor, ya que exhaló su último suspiro en los brazos de Jesús. Y si, como creemos, él tuvo el uso de los sentidos y de la palabra hasta ese último
suspiro, que no podía ser otro que un suspiro o un impulso de amor, ¿cómo no habrá él coronado una vida tan santa sino pronunciando los nombres sagrados de Jesús y de María?
¡Oh muerte feliz! Si no puedo, como José, exhalar mi último suspiro entre Jesús y María, visibles a mi mirada, pueda yo, al menos, sobre mi labios moribundos, unir vuestro nombre, ¡oh José! a los nombres de Jesús y de María.
La santa muerte de José ha producido preciosos frutos sobre la tierra. Fue como aromatizada del suave perfume que deja tras de sí una santa vida y una santa muerte, y dio a los cristianos un
potente protector en el cielo cerca de Dios, especialmente para los agonizantes.
Cualquiera que invoque a San José en la última batalla, incluso si fuera violenta, atraerá la victoria. Bendito, por eso, quien coloca su confianza en este santo Patriarca y une al exhalar su
último suspiro el santo nombre de José a los dulces nombres de Jesús y María.
Todo el mundo cristiano lo reconoce como abogado de los agonizantes y, por tanto, de la buena muerte. José hijo de Jacob, socorría en el tiempo de la carestía a los Egipcios distribuyendo entre
ellos el trigo que había recogido. Pero para socorrer a los propios hermanos, hizo más: no contento con haber llenado sus sacos de trigo, les añadió el precio del mismo. Así hará ciertamente
nuestro glorioso Santo José. ¿Con qué generosidad tratará a sus devotos? Así, en el momento de la extrema necesidad, en el punto de la muerte, él sabrá rendir a los devotos homenajes con que
habría sido honrado.
La muerte de los sirvientes de San José es sumamente tranquila y suave. Santa Teresa narra las circunstancias que acompañaban los últimos instantes de sus primeras hijas, tan devotas a San José.
«He observado - dice ella -, que al momento de exhalar el último suspiro gozaban de inefable paz y tranquilidad. Esa muerte era semejante al dulce descanso de la oración. Nada indicaba que su
interior fuese agitado por tentaciones. Aquellas lámparas divinas liberan mi corazón del temor de la muerte. Morir me parece ahora la cosa más fácil para una fiel devota de San José».
ORACIONES A SAN JOSÉ
A Vos, bienaventurado San
José, acudimos en nuestra tribulación y después de implorar el auxilio de vuestra Santísima Esposa, solicitamos también confiadamente vuestro patrocinio. Por aquella caridad con que la Inmaculada
Virgen María, Madre de Dios, os tuvo unido y por el paterno amor con que abrazasteis al Niño Jesús, humildemente os suplicamos que volváis benigno los ojos a la herencia que, con su sangre,
adquirió Jesucristo, y con vuestro poder y auxilio socorráis nuestras necesidades. Proteged, oh providentísimo Custodio de la Sagrada Familia, a la escogida descendencia de Jesucristo. Apartad de
nosotros toda mancha de error y de corrupción. Asistidnos propicio desde el cielo, fortísimo libertador nuestro, en esta lucha con el poder de las tinieblas. Y, como en otro tiempo librasteis al
Niño Jesús del inminente peligro de la vida, así ahora defended a la Iglesia santa de Dios de las acechanzas de sus enemigos y de toda adversidad, y a cada uno de nosotros protegednos con
perpetuo patrocinio para que, a ejemplo vuestro y sostenidos por vuestro auxilio, podamos santamente vivir, piadosamente morir, y alcanzar en el Cielo la eterna bienaventuranza. Amén.
LEÓN XIII.
SAN JOSÉ BENDITO
San José bendito tú has sido
el árbol elegido por Dios no para dar fruto, sino para dar sombra. Sombra protectora de María, tu esposa; sombra de Jesús, que te llamó Padre y al que te entregaste del todo. Tu vida, tejida de
trabajo y de silencio, me enseña a ser fiel en todas las situaciones; me enseña, sobre todo, a esperar en la oscuridad. Siete dolores y siete gozos resumen tu existencia: fueron los gozos de
Cristo y María, expresión de tu donación sin límites. Que tu ejemplo de hombre justo y bueno me acompañe en todo momento para saber florecer allí donde la voluntad de Dios me ha plantado.
Amén.
ORACIÓN POR DIVERSAS NECESIDADES
Santo Patriarca, dignísimo esposo de la Virgen María y Padre adoptivo de Nuestro Redentor Jesús, que por vuestras heroicas virtudes, dolores y gozos merecisteis tan singulares títulos; y por ellos, especialísimos privilegios para interceder por vuestros devotos; os suplico, Santo mío, alcancéis la fragante pureza a los jóvenes, castidad a los casados, continencia a los viudos, santidad y celo a los sacerdotes, paciencia a los confesores, obediencia a los religiosos, fortaleza a los perseguidos, discreción y consejo a los superiores, auxilios poderosos a los pecadores e infieles para que se conviertan, perseverancia a los penitentes, y que todos logremos ser devotos de vuestra amada Esposa, María Santísima, para que por su intercesión y la vuestra podamos vencer a nuestros enemigos, por los méritos de Jesús, y conseguir las gracias y favores que os hemos pedido para santificar nuestras almas hasta conseguir dichosa muerte, y gozar de Dios eternamente en el Cielo. Amén.
SÚPLICA
José dulcísimo y Padre amantísimo de mi corazón, a ti te elijo como mi protector en vida y en muerte; y
consagro a tu culto este día, en recompensa y satisfacción de los muchos que vanamente he dado al mundo y a sus vanísimas vanidades. Yo te suplico con todo mi corazón que, por tus siete dolores y
gozos, me alcances de tu adoptivo Hijo Jesús y de tu verdadera esposa, María Santísima, la gracia de emplearlos a mucha honra y gloria suya, y en bien y provecho de mi alma. Alcánzame vivas luces
para conocer la gravedad de mis culpas, lágrimas de contrición para llorarlas y detestarlas, propósitos firmes para no cometerlas más, fortaleza para resistir a las tentaciones, perseverancia
para seguir el camino de la virtud; particularmente lo que te pido en esta oración (hágase aquí la petición) y una cristiana disposición para morir bien. Esto es, Santo mío, lo que te suplico; y
esto es lo que mediante tu poderosa intercesión, espero alcanzar de mi Dios y Señor, a quien deseo amar y servir, como tú lo amaste y serviste siempre, por siempre, y por la eternidad.
Amén.
PARA PEDIR UN FAVOR
Amadísimo Padre mío San José: Confiando en el valioso poder que tenéis ante el trono de la Santísima
Trinidad y de María vuestra Esposa y nuestra Madre, os suplico intercedáis por mí y me alcancéis la gracia... (hágase aquí la petición).
José, con Jesús y María, viva siempre en el alma mía.
José, con Jesús y María, asistidme en mi última agonía.
José, con Jesús y María, llevad al cielo el alma mía.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
PARA OBTENER UNA BUENA MUERTE
Oh José Bendito, tú que expiraste en el abrazo amoroso de Jesús y María.
Cuando el sello de la muerte se cierne sobre mi vida, ven en mi auxilio junto con el Señor Jesús y Santa María.
Obténme este solaz para que en esa hora pueda morir en sus santos brazos a mi alrededor.
Jesús, María y José, les encomiendo mi ser, viviente y agonizante, en sus santos brazos. Amén.