En el primer Capítulo General de 1861, fue elegida Superiora General, Madre Soledad Torres Acosta y el Instituto comenzó a extenderse, si bien bajo el signo de la pobreza, con una confianza ilimitada en la Divina Providencia.
En el Capítulo General de 1871, de nuevo fue elegida Superiora General Madre Soledad, la que humilde como la violeta – flor que ella misma escogió para emblema del Instituto -, supo plasmar en sus hijas la espiritualidad propia del mismo, basada en el amor de Dios, en ese dejarse amar desde el abismo de poquedad por quien es su Todo y que le llevó a una vida escondida en Él, encaminada a la plena identificación con Cristo, viendo en todo rostro humano, sobre todo en el que sufre, al mismo Señor. Encarnada en una vida sencilla, orante, humilde y caritativa, como una antorcha que brilla en la noche del dolor y como un bálsamo que suaviza el sufrimiento del Cuerpo Místico de Cristo; con unos rasgos específicos de: contemplativa en la acción, abandonada a la Divina Providencia y cooperadora con Cristo y María en la salvación de la humanidad. Y como el mismo nombre de Siervas de María lo indica, con una especial devoción a la Virgen María, bajo la advocación de Salud de los Enfermos.